Es posible que sí.
No es solo por la propagación del discurso del odio que está presente en muchos canales de comunicación, odio que reside en esos perfiles de redes sociales que se ocultan tras el anonimato, dispuestos a agredir y a amenazar verbalmente a aquellos que no son de su agrado. O por los ejércitos de trolls orquestados por una bando para desprestigiar a otro que esgrime la “falacia ad hominem” como argumento único; o por esos usuarios sincericidas que amparados en el “yo hablo muy claro” arrollan a su paso como el caballo de Atila sin dejan títere con cabeza. O por esos medios que nos bombardean con noticias atroces, falsas o ambas cosas.
No es solo por los bots, esa tendencia vanguardista empleada por las grandes empresas (y no tan grandes) para atender a los clientes en páginas web y redes sociales, masificando el trato al usuario final; esa inteligencia artificial que va expandiéndose en la comunicación como una mancha de aceite y que de la que aún no sabemos si será aliada o enemiga.
Es por todo. La comunicación se deshumaniza porque nosotros lo estamos consintiendo, porque en la necesidad imperiosa de conseguir resultados a toda costa (ya sean click, ya sean ventas, ya sean seguidores) se diluye en trato personal y emerge el «todo vale» y «el fin justifica los medios». La comunicación no puede con el odio y se rinde a la tecnología porque nos estamos olvidando de que nos dirigimos a personas que sienten hablan, ríen y lloran; que tienen un mal día o que están felices.
El trato agradable y personal, cercano y humano que agradecemos cuando estamos en un restaurante, en un hotel o en a consulta de un médico es absolutamente necesario en el mundo virtual, porque aquí también queremos que nos escuchen, nos comprendan y nos atiendan, que recuerden que somos personas.
RG Comunicación.